La pandemia no ha sido buena para el sistema educativo. El confinamiento, además de las dificultades para impartir y recibir clases nos empujó a separarnos y a no fiarnos los unos de los otros y eso nos ha dejado huella.
Huella en la sociedad, huella en las familias, huella en el alumnado, pero también entre los docentes. Nunca como ahora se había hablado tanto de salud mental y, para colmo, nos vienen los datos de Pisa.
Los malos resultados de España en Pisa han traído la necesidad de ahondar en lectura y matemáticas, y parece que hemos olvidado lo importante, y lo más importante en un sistema educativo son los docentes y habrá que cuidarlos.
Ya lo hemos señalado con anterioridad, los docentes, en general, están pasando una mala racha, pues cada día se encuentran más presionados por un alumnado más difícil y más conflictivo; presionados por las familias, muchas de ellas con un solo hijo y por ello más exigentes; y presionados por el currículo inestable con unas leyes cambiantes; y ahora, también, por los datos de Pisa.
Tenemos por tanto que cuidar a nuestros docentes porque solo si ellos están emocionalmente bien, trasladarán esa salud mental al alumnado. Su autoestima, su resiliencia, su motivación son claves para desarrollar la salud mental de nuestros hijos e hijas.
Y, para conseguirlo necesitamos hacer varias cosas.
Habrá que fijar plantillas, reducir ratios y habrá que reducir las horas lectivas para incrementar las horas de formación.
Habrá que reducir los procedimientos burocráticos de asistencia, revisión, evaluación y también las horas de reunión.
Habrá, sobre todo, que aumentar las horas de formación, pero no en cursos en los que se consigue un certificado por la asistencia, sino proyectos formativos de centro en los que sean motivados, incentivados, ilusionados. Como decía Ken Bain (2006), la pasión determina la diferencia entre los docentes buenos y los demás.
Mi propuesta va en línea con la educación emocional. Son ya muchas las iniciativas que a través de una formación completa en competencias emocionales consiguen mejorar el estado de ánimo y la salud mental del profesorado. Para ello, se requiere, como he señalado, primero, un apoyo decidido de la Administración educativa; segundo el respaldo del equipo directivo; tercero, el diseño por parte del orientador u orientadora o responsable de formación de un proyecto de formación en centro de al menos siete meses; y, por supuesto, de la implicación de dos tercios de los docentes. Esta formación podría ser liderada por algún profesor o maestro del centro y coordinada por un experto en educación emocional, psicólogo, pedagogo o psicopedagogo externo con un probado programa formativo.
¡Ah! Y junto con todo esto, un cambio de mentalidad en toda la comunidad educativa convencida de que lo más importante, con serlo, no son las notas, ni siquiera los contenidos académicos, sino la salud mental de toda ella, familias, alumnado y claro está, el motor de todo ello, los docentes.
Dr. Carlos Hue
Psicólogo. Miembro del Consejo Escolar de Aragón